Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. Lc 23, 44-46.
Es una imagen anónima de la escuela giennense del siglo XVI. Se atribuye a Juan de Reolid, ca. 1541-1545. Esta realizada en madera de abedul y una altura de 1,30 metros.
Jesús aparece muerto en la Cruz, a la que lo sostienen tres clavos, uno en cada mano que se encuentran semicerradas y los dedos flexionados, y otro en los pies, encontrándose el pie derecho sobre el izquierdo. La cabeza se inclina a la derecha, teniendo los ojos semicerrados, los labios abiertos y la dentadura tallada. La barba y los cabellos son ondulados, partidos por el centro, dejando entrever ambas orejas. La corona de espinas presenta unas gruesas ramas, estando tallada en la misma cabeza. Los brazos se encuentran rectos, el vientre plegado y hundido, el arco condrocostal y los pectorales muy marcados. El paño de pureza da varias vueltas a la cintura formando un voluminoso nudo al lado izquierdo.
Al Cristo de la Humildad
Cristo del Mayor Silencio
sangre destila tu faz
y el costado derecho.
Al Cristo Rey de nuestros amores
cruelmente clavado
escuchando vejaciones
de inocentes envenenados.
Los asesinos se mofan
al ser clavados, manos y pies
con sarcasmo le arroja
¡Si eres Dios, sálvate!
¡Cristo de la Humildad!
Nos vas perdonando en silencio
al mirarnos nos das
lagrimas de sufrimiento.
Penitentes, costaleros,
¡Qué cerquita estáis de Dios!
el dolor de vuestros miembros
se lo ofrecéis a Cristo Redentor.
Al Cristo de la Humildad. Dª. Dolores Moreno Cruz, 2007.